Capítulo 2. Sábado a la noche

Hoy hemos quedado la cuadrilla, hemos salido a romper. Hemos estado de cena y luego tomando cervecitas por el casco. En las primeras cervezas se hace una selección del ganado que tendremos esta noche. Se ven chicas de más o menos nuestra edad, o sea, cuarentonas, bien arregladitas, mostrando sus gracias en generosos escotes y cortas faldas, protegidas del frio por largos abrigos. ¿Aguantarán con los tacones toda la noche? Me da que llevan unas típicas alpargatas vascas en esos bolsos enormes que gastan.

El mostrar bustos y muslos no evita que al principio de la noche aún podamos distinguir las arrugas en los ojos, el código de barras en los labios, las hechuras lorcianas y otros pequeños defectos que a partir de las dos de la mañana desaparecen gracias a esa mezcla mortal de cubata y presbicia.

Bajamos a la zona de pubs a ver que se cuece. Nos sacamos unos cubatas en la barra. En este bar hay varias cuadrillas de chicas. Es el tercero al que entramos, y los dos anteriores eran campos de nabos.

Pero todas las cuadrillas de chicas son formaciones cerradas. La chica vasca tiende a ponerse cerrando un corrillo, un anillo cerrado, impenetrable. Al vasco nos muestra su espalda y su culo, y generalmente tampoco se preocupa mucho por ofrecer una imagen cuidada de estos dos elementos de su anatomía.

Yo creo que ancestralmente la mujer vasca se mostraba así a los caseros, y estos las elegían por la capacidad que podrían mostrar para ser buenas en la recogida de maíz, segado de hierba y escardado de patatas, porque si no, no se explica esta actitud tan cerrada.

Me acerco a la pista de baile a practicar el baile del cubata, que consiste en hacer el tonto descoordinando los miembros alrededor del tronco, pero con el handicap de evitar que el roncola de 10 aurios se esparrame por la pista, hándicap que limita el grado de ridículo del hombre vasco bailando fuera del brinco bien estudiado del aurresku. ¡Qué daño ha hecho la inmigración caribeña a la danza vasca mezcla de pasodoble y los pajaritos que hacía que pudiéramos bailar agarrados canciones de Marcela Morelo y Ricky Martin!

Pero en la pista no hay tema. Me da que mi sonrisa encantadora ha perdido su encanto, valga la rebuznancia. Pero mi vista de lince, el tener todos los sentidos alerta hacen que detecte una oportunidad.

Una chica se ha apartado de la manada y se dirige al baño. Es el momento de ir a por ella. La sigo y llego al baño del pub, como siempre a tope y con mucha cola.

Me pongo detrás suya para comenzar una conversación. Hay que buscar un punto de empatía, conseguir un tema común, que nos permita charlar distendidamente. Esta noche triunfo, seguro.

-          Eres una chica especial, sin duda.

Ni me mira.

-          Si, especial porque vas al baño, sola, sin una amiga, que siempre vais de dos en dos.

Le he sacado el tema de que van de dos en dos, ese nunca falla, siempre te da para un par de frases más, y para captarla. Se da la vuelta y me mira. Ha dado resultado.

-          Venga, ahora pregúntame el por qué vamos de dos en dos al baño, para que te diga que una de nosotras sujeta la puerta mientras la otra mea, dime que no te lo crees, que es para criticar a nuestros novios, para que te diga que no tengo novio, y me digas que hay que poner solución a ese problema, y que tú eres el más indicado para hacerlo conmigo, y que mira, que casualitalmente esta noche es mi noche y que es la oportunidad de empezar a poner solución a mi problema de falta de pareja.

Hostia, que borde la tía

-          Y esta es la cola para el baño de tías, y como seguramente no bajes la tapa después de mear, que por alguna razón innata dentro de nuestro femenino cerebelo hace que nos cabreemos sobremanera con vosotros por ese descuido, te ruego abandones la fila y te vayas a tu baño, que mira, está libre, por cierto.

-          Te sujeto la puerta del baño de chicos – le dije ya tímidamente y en voz entrecortada.

Después de un sonoro “vete a la mierda” se dio la vuelta y me dejó solo, en medio de la fila siendo acribillado por miradas inquisidoras de otras mozas cómplices que a pesar de haberse separado momentáneamente de sus correspondientes manadas para ir al baño, habían formado en aquella cola una nueva y más que poderosa manada.

Me fui al baño de tíos, que no tenía el glamour del femenino. Sucio, con dos centímetros de orina en el suelo gracias a la santa manía que tenemos de elegir para mear cuando estamos bajo los efectos del alcohol el urinario de pared que lleva dos horas atascado por el rollo de papel higiénico, ese que falta en la taza.

Dejo el cubata en el lavabo y entro a mear al reservado, cerrando la puerta. Empujan la puerta y respondo que está ocupado y sigo con la labor.

Y al salir me encuentro con un compañero de borrachera y desdichas que está meando a medio metro del lavabo, intentando acertar a meter el chorrito en mi cubata.

No sé si darle una hostia o ponerme a mear con él, pero decido salir, sin mi cubata, en busca de la cuadrilla, para ver que hacen.

Y lo que hacen es aburrirse en la barra, hablando de la crisis, y planteándose ir a casa después del cubata. Veo salir del baño a mi oportunidad perdida, que pasa por delante mía digna y altiva, con la actitud chulesca de la oveja que regresa indemne al rebaño después de haber toreado al lobo.

-          Tú tampoco follas esta noche, ¡hala! – me quedo pensando.

Pero eso me da que tampoco va a ser cierto, ya que en mi ausencia y su ausencia (que no nuestra ausencia ya que no ha sido una ausencia común) ha llegado o les ha entrado un grupo de chicos y ella muestra complacencia con uno de ellos.

La verdad que me molestaría si pensara que lo hace para fastidiarme, pero la realidad es que ya seguramente ni siquiera recuerda el incidente que acabamos de vivir juntos, así que me uno a la cuadrilla… y para casa. Otra noche perdida.

Muchas veces me pregunto cómo pudo sobrevivir el pueblo vasco tantos años perdidos en sus valles y caseríos con la actitud tan negativa para la relación de la mujer vasca.


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@txomin43

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